miércoles, 26 de octubre de 2011

Comentario de una noticia

Otro trabajo, esta vez opcional, consistía en elaborar un comentario de una noticia de carácter socio-económico en la que se pudiera apreciar un enfrentamiento entre capitalistas y trabajadores y compararla con los estudiado en clase.

Esta es la noticia.


La junta directiva de la CEOE hizo una serie de propuestas para superar la crisis, entre las que se encontraba la reducción a 12 días de la indemnización por despido objetivo, lo cual ha suscitado, en general, rechazo por parte de políticos y sindicatos, que defienden que lo que hay que hacer es facilitar las contrataciones, no los despidos. Las propuestas han sido consideras como un retroceso a la situación de los obreros del siglo XIX más que como una solución real para acabar con la crisis.

En esta noticia se puede apreciar una clara lucha entre empresarios y obreros, intentando los primeros, amparados en la actual crisis económica que está haciendo que muchas empresas tengan dificultades económicas e incluso se hayan quedado en bancarrota, rebajar la indemnización que deben pagar a los segundos en caso de despido objetivo, algo muy frecuente en los últimos tiempos, tal como pueden testificar las altas tasas de despido española en comparación con las que había antes de la crisis. Esto perjudica a los trabajadores, que no solo ven más fácil la pérdida de su empleo en una época en la que resulta una ardua tarea conseguirlo, sino que perderían buena parte de la retribución que obtienen como compensación.

La disputa entre trabajadores y empresarios no es un hecho reciente, sino que se remonta a finales del s. XVIII, con el comienzo de la revolución industrial y de la sociedad capitalista y la progresiva desaparición de la sociedad estamental. Cada uno actúan velando por sus propios intereses y estos se contraponen: los empresarios, dueños de los medios de producción, necesitan a los trabajadores, pero intentan que ello les cueste la menor cantidad de dinero posible al tiempo que los hacen trabajar al máximo de su rendimiento; mientras que los trabajadores, que cobran un salario de los empresarios, quieren ganar un salario elevado trabajando lo menos que les sea posible.

Antiguamente, en el siglo XIX, los empresarios tenían derecho a despedir a los trabajadores de un día para otro si así lo consideraban conveniente, sin necesidad de justificaciones, así como también a imponerles las condiciones laborales que juzgase oportunas, y el trabajador no tenía derecho a exigir nada ni a protestar de ninguna manera. Los sindicatos estaban prohibidos, cualquier tipo de organización debía ser clandestina y se corría el riesgo de acabar en la cárcel, porque los Gobiernos no solo no concedían derechos a los trabajadores sino que apoyaban de modo abierto a los empresarios. Las manifestaciones, las huelgas y cualquier tipo de protesta eran también duramente reprimidas. En la actualidad, en cambio, hay leyes que defienden los derechos de los trabajadores, sindicatos que los representan y se reconoce el derecho a manifestarse y a declararse en huelga de las personas. Podemos acudir a las autoridades cuando se producen irregularidades o sentimos que se están violando nuestros derechos y las empresas están obligadas a responder por ello.

Pero eso no por ello podemos confiarnos.

La actual crisis económica está siendo aprovechada para provocar un retroceso en los derechos de los trabajadores. Se realizan recortes salariares, aumentos de las horas laborales, reducción de las vacaciones y despidos improcedentes. Lo peor es que, debido a la alta tasa de desempleo, en muchos casos se considera que, al menos, puede agradecerse el hecho de tener un trabajo. Pero hay que tener presente que no todas las compañías pueden escudarse en los problemas financieros que sufren. Telefónica, siendo la empresa española con mayor índice de beneficios y facturación, va a recortar 6000 empleos en España en tres años; Philips, a pesar de haber ganado 74 millones de euros en el último trimestre quiere despedir a 4500 empleados europeos como parte de un plan de ahorro de 800 millones anuales.

Como se menciona en la noticia, en muchos aspectos, estamos retrocediendo hasta lo que ocurría durante el siglo XIX, antes del movimiento obrero. Si no estudiamos el pasado, no sólo corremos el riesgo de repetirlo: estamos abocados a ello. La nueva generación contará con menos derechos que la anterior, y nada indica que las cosas vayan a mejorar en un futuro próximo, sino más bien al contrario.

Es importante que establezcamos comparaciones. Si nos encasillamos en el hecho de que estamos en el siglo XXI y hemos avanzado mucho en lo que al movimiento obrero respecta, no veremos lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. La actual crisis económica y las altas tasas de desempleo están siendo utilizadas como escudo para provocar una progresiva pérdida de derechos de los trabajadores.

En principio, podemos sacar una conclusión del artículo: mientras la tasa de desempleo en España siga superando el 20% no podremos hablar de que se ha superado de la crisis, y, desde luego, eso puede ocurrir de muchas maneras, pero no facilitando el incremento del número de despidos.

Diálogo entre un socialista y un anarquista

El nuevo tema trata sobre el movimiento obrero, y el nuevo trabajo de clase ha consistido en elaborar un diálogo en que pudieran verse reflejadas las diferentes ideologías y métodos de lucha contra el capitalismo que se extendieron entre la clase obrera. Este es el que ha elaborado mi grupo, apegándose más al estilo de una tertulia radiofónica que al de la interpretación teatral:

(Charlot está sentado en la barra de un bar, tomándose una copa. Bak y Karl entran y se sientan junto a él, discutiendo la planificación de una huelga. Interesado, se adhiere a la conversación. Robert, que espía para la policía, al oír retazos de la conversación, se une a ella, fungiendo ser un revolucionario).

Bak: … es imperativo hacer una huelga, lo que se está haciendo en esa fábrica es inaceptable.

Karl: Lo sé, pero después de las represalias que tomó la policía la última vez están todos aterrorizados. Nadie quiere acabar en la cárcel, y menos teniendo una familia que alimentar.

Bak: Alimentar… ¿con qué? ¿Con la calderilla que les pagan?

Karl: No es a mí a quien tienes que convencer, Bak.

Charlot: Disculpad, pero… ¿estáis hablando de la fábrica de armamento que hay a dos calles de aquí? ¿De verdad se está organizando una huelga?

Karl: ¿Huelga? ¿Hemos mencionado nosotros una huelga? ¿En qué podría interesarte a ti eso?

Robert: (para sí mismo) ¿Están hablando de una huelga? Esto puede resultar peligroso…

Charlot: Soy un obrero de la fábrica.

Bak: Si eres un obrero… Sí, estamos organizándola, pero de momento los obreros miembros del sindicato no se ponen de acuerdo.

Robert: No he podido evitar oíros hablar… Me llamo Robert, soy un obrero de la fábrica, un revolucionario, como vosotros. ¿Cuándo se supone que va a ser la huelga?

Bak: Aún no lo sabemos con certeza.

Karl: Si las cosas siguen así, la semana que viene, seguramente.

Robert: (para sí mismo) Tendré que informar de esto… (para los demás) Ya… ¿y no os parece un método demasiado… radical?

Bak: ¿Radical?

Robert: Sí, radical. Podría poner en peligro la producción.

Karl: Pero dejemos las cosas claras, chico, ¿tú apoyas o no apoyas la revolución?

Robert: No, no, si yo apoyo la revolución, por supuesto que sí. Lo que no entiendo es por qué tenemos que hacer huelgas y manifestaciones. Me parece demasiado extremista.

Charlot: ¿Demasiado extremista? ¿Y trabajar diez horas al día todos los días no te parece extremista? ¿O que tus hijos también tengan que hacerlo aunque no levanten tres palmos del suelo? ¿Saber que si mañana caes enfermo no tendrás dinero ni para comprarte un mendrugo de pan, eso es normal?

Karl: (a Charlot) Tranquilo, muchacho. (A Robert) ¿Y qué pretendes? ¿Llamar educadamente a la puerta del dueño de tu fábrica y pedirle, por favor y con su permiso, que permita que sea propiedad de todos y se convierta él también en uno más entre los obreros?

Bak: No lo descartes tan pronto, a lo mejor funciona. Siempre que al hombre le de tal ataque de risa que caiga muerto, claro está.

Charlot: Yo no acabo de entenderlo bien. ¿Por qué vivimos en esta clase de sociedad? ¿Quién decidió exactamente que el dinero te diera poder sobre la vida de la gente?

Robert: Eso no importa.

Karl: ¿Ah, no? A mí sí que me parece muy importante. Denota deseos de aprender.

Robert: (para sí mismo) Sí, eso, eduquemos a los obreros. Seguro que eso los hará más dóciles.

Bak: Lo que yo digo, hay que extender la educación. Si la mayor parte de la población sigue siendo analfabeta, con o sin revolución, no llegaremos a ninguna parte.

Charlot: Estoy de acuerdo con eso. Por mis hijos, principalmente. Me gustaría que pudieran tener una vida mejor de la que yo estoy teniendo.

Bak: Exacto. Y no hablo de extender esta educación que tenemos ahora, no, eso no serviría de nada.

Karl: A ver, Bak, no empieces, que nos conocemos.

Bak: ¿Que no empiece? Incluso el sistema educativo es retrógrado. Sólo pueden acceder los hijos de los ricos, y las mujeres, en ocasiones, ni eso. Sólo les imparten nociones básicas de escritura, cálculo y aquello que se considera apropiado para ellas, como costura, música, religión… Así sólo se imparte la incultura de manera encubierta. Debería haber igualdad en la educación, tanto entre clases, como entre sexos.

Robert: ¿Educar a las mujeres? ¿Pero qué disparate es… Oh, sí, por supuesto, completamente de acuerdo.

Karl: Sí, sí, démosles poder a las mujeres y eduquémoslas, estoy de acuerdo. ¿Pero tú de verdad  crees que ahora mismo están preparadas para ello?

Robert: (tose) NO (tose).

Charlot: No sé… realmente, mi mujer es muy inteligente. Y mi hija también es bastante espabilada…

Bak: Si seguimos relegándolas al papel de esposas, madres y nada más, desde luego, no lo estarán nunca, aunque tengan tantas capacidades como los hombres. Y seguiremos haciéndolo, hasta que no empecemos a considerarlas como nuestras iguales, cosas que no ocurrirá tan y como estamos, y menos si chicos y chicas siguen estudiando por separado.

Karl: Exageraciones. En lo que a mí respecta, la igualdad de la mujer, por muy ideal que sea, no es ni mucho menos un asunto prioritario. Pero bueno, hijo, iba a desvelarte los misterios de la sociedad en la que vives. Verás, nuestra sociedad está marcada por la lucha de clases.

Bak: Esta lucha siempre ha existido, incluso antes del capitalismo. Siempre ha habido unos que mandan y otros que obedecen, y estos últimos siempre han sentido un profundo descontento por ello.

Karl: Centrándonos solo en la sociedad capitalista, esta lucha empezó a principios del siglo pasado, cuando los obreros, descontentos por su situación y sin saber a quién echarle la culpa, se volvieron contra las máquinas.

Charlot: Tiene mucho sentido. Si no hay máquinas, no pueden hacernos trabajar a ese ritmo…

Robert: Sí, ¡rompamos máquinas! (Para sí mismo) Oh, no. Esto dará lugar a muchos problemas.

Bak: En realidad no dio resultado. La sociedad no cambia con eso. Siempre se puede crear una máquina nueva.

Robert: Menos mal…

Karl: Luego hubo un movimiento político a favor del sufragio universal, el cartismo, pero no tuvo éxito. Es una auténtica vergüenza…

Charlot: Ya va siendo hora… Vale la pena luchar por eso…

Robert: (para sí mismo) Bueno, en esto no puedo negar que tengan razón… (para los demás) Es nuestro legítimo derecho.

Bak: Como si sirviera para algo… Luego surgió el socialismo utópico, compuesto por corrientes de pensamiento tan idealistas que era verdaderamente imposible llevarlas a la práctica.

Karl: Y entonces aparecieron las vigentes hoy en día: el socialismo y el anarquismo. Buscan ambas lo mismo: una revolución social, con la que derrocar a los que están ahora mismo en el poder.

Bak: Tenemos que acabar con todas las formas de dominación de la sociedad actual: el Estado, la colonización, la religión, el matrimonio…

Charlot: ¿La religión y el matrimonio?

Robert: (para sí mismo) No, si es que aparte de peligrosos, ¡sacrílegos!  (para los demás) Oh, sí, por supuesto, apoyo completamente la moción.

Bak: El matrimonio tiene que desaparecer. Mientras las personas sigan manteniéndose unidas por obligación no podremos hablar de libertad, de respeto ni mucho menos de amor.

Karl: A mí, personalmente, me resulta incomprensible por qué tengo que pedirle permiso a un seri imaginario para acostarme con mi mujer, pero no acabo de entender qué tienes en contra del matrimonio civil, Bak.

Charlot: ¿Imaginario? ¡Virgen santísima!

Karl: ¿Lo ves? Con tantas beaterías no vamos a ninguna parte.

Charlot: ¿Rechazas la existencia de Dios?

Karl: Sí.

Bak: Mientras siga habiendo gente autorizada a decirnos en qué creer jamás podremos hablar de auténtica libertad. Y respondiendo a tu pregunta, Karl, me remito a lo que ya dije antes: las ataduras no son sinónimo de respeto ni mucho menos de amor, sino todo lo contrario.

Karl: Tan exagerado como siempre. En fin, una vez derrocado el gobierno actual, el plan es instaurar una dictadura del proletariado, es decir, nosotros, para organizar la sociedad durante un tiempo (diez, cincuenta años, los que sean) antes de destruir definitivamente el Estado y establecernos en comunidades voluntarias de personas que…

Bak: ¿Plan? ¡No es ningún plan! Nosotros no pensamos tolerar esto. ¿Pretendes librarme de una dictadura para meterme en otra? ¿En qué nos beneficia eso?

Karl: ¡No beneficia en que la dictadura la instauraremos nosotros, gente con tu misma ideología, con tus mismos objetivos!

Bak: Gente que tendrá poder para decirme cómo debo actuar, Karl, y eso no estoy dispuesto a tolerarlo, venga de donde venga. No soy tan hipócrita.

Charlot: ¿Pero qué tiene de malo? Será gente como nosotros, con nuestras mismas ideas, que actuará en nuestro beneficio. ¿Por qué será hipócrita?

Karl: ¿Hipócrita? No es hipócrita. (a Bak) ¡Obtuso, eso es lo que eres! Imagina que seguimos tus planes. ¿Realmente piensas que será tan fácil? ¿Qué la gente podrá organizarse de manera natural e instintiva? Cundirá el pánico, y necesitaremos una guía, aunque sea al principio.

Bak: Siempre habrá excusas para mantener el Estado, ¿es que no lo entiendes? Si no acabamos con él y todas las formas de dominación de inmediato volveremos a ser presa de ellas.

Charlot: Ah, claro…

Robert: Exacto, tenemos que destruir el Estado, ¡acabemos con todos ellos! (golpe en la mesa)

Karl: Di lo que quieras. Mi ideología está más extendida, de cualquier manera.

Bak: Aquí. Pregunta en España o en Italia, a ver qué te responden.

Karl: Me encantaría, Bak, te aseguro que sí, pero, ¿acaso han empezado siguiera a construir vías de ferrocarril para que pueda llegar allí? Tu ideología está más extendida allí donde hay mayor cantidad de analfabetos, ¿qué te dice eso?

Charlot: Sí, por supuesto…

Bak: Que la tuya tiene más posibilidades de estar influida por el capitalismo.

Charlot: Bueno… ¡Bueno, ya está bien! Tranquilizaos. Ya discutiremos ese punto en concreto más adelante.

Karl: Sí… tienes razón. Muy bien, en lo que los dos estamos de acuerdo es en que los medios de producción tiene que ser públicos.

Bak: Deberían serlo todos los bienes. Desde el momento en que exista el concepto de propiedad privada miraremos solo en nuestro por nuestro propio bienestar.

Karl: ¿Cómo lograr eso? Uniéndonos. Una ciudad de obreros rebelados no va a cambiar nada. Pero dos, todo un país, el mundo entero… Mirad lo que está ocurriendo en Rusia ahora mismo. Con ese fin se crearon las Internacionales Obreras, con el de unir a los Pueblos. La Primera a lo mejor hubiera tenido éxito, si no hubiera sido por los anarquistas…

Bak: ¿Por nosotros? Sandeces.

Karl: La Primera Internacional fracasó por vuestra culpa.

Charlot: ¿Es tan necesario echarle la culpa a alguien?

Bak: ¿Nuestra? No veo por qué tenemos que asumir la responsabilidad de que para vosotros luchar contra el capitalismo sea darles la mano, sonreír alegremente y poco menos que lamerles los zapatos.

Robert: (para sí mismo) Me pregunto si realmente tendré que informas… Ya se están asesinando ellos solos.

Karl: Lo distorsionas. No se puede desencadenar una revolución social de la noche a la mañana, antes tenemos que extender nuestra influencia, hacernos oír, y si para ello tiene que haber elecciones, ¡bienvenidas sean!

Bak: Eso no nos hace mejores que ellos, nos estamos adhiriendo a un sistema en el que unos tienen poder sobre todos y eso no solo se tolera, ¡sino que se incentiva bajo la idea de que nos permiten elegir! ¿Y qué hay de la segunda Internacional? ¿La culpa de su fracaso es también nuestra?

Karl: No, pero tampoco es nuestra culpa que de repente estallara una guerra. ¿O sí?

Robert: Bueno, el asesino del conde era un revolucionario serbio…

Bak: La intención fue buena.

Karl: Oh, claro, la intención. Quiero matar a mi suegra para que deje de amargarme la vida; la intención es buena. Verás lo feliz que se pone mi mujer cuando se lo cuente.

Bak: No seas cínico. Vosotros también admitís que la revolución va a ser muchas cosas, pero pacífica, no. ¿Cuál es la diferencia entre acabar con aquellos que están en el poder ahora o hacerlo después? Al menos ahora sirve para enviar un mensaje.

Charlot: ¿De violencia?

Bak: De rebelión.

Robert: Violenta.

Karl: Bueno, chicos, decidme, una vez oído todo esto, ¿quién de vosotros estaría interesado en afiliarse al Partido Socialista y votarnos en cuanto sea posible?

Bak: No le hagáis caso. Absteneos. No pretendáis ser como ellos, sólo os estaríais engañando, no mantengáis su juego en marcha.

Charlot: Yo estoy realmente interesado en el Partido Socialista.

Bak: (bufa)

Robert: Y yo. En todo eso. En rebelarme. Muy interesado. De hecho, creo que voy a ponerme a ello ahora mismo. Si me disculpáis… ya hablaremos más tarde. (Para sí mismo) Tengo que notificar a la policía de todo esto.

Bak: Sí, aquí queda tema para rato…

viernes, 30 de septiembre de 2011

Carta de Charlot a Maggie

Este blog está destinado a colgar los trabajos de historia que haremos a lo largo del curso, y bueno, ¿qué mejor manera de estrenarlo que publicar uno? Consistía en elaborar una carta desde el punto de vista de Charlot, el protagonista de la película Tiempos Modernos, que le escribe a su mujer que, por alguna razón, no ha podido irse con él a la ciudad desde el campo.



Querida Maggie:

Ay, Mags. Tengo tantas cosas que contarte…

Me han echado de la fábrica. ¡Pero no te enfades, cariño, que no ha sido culpa mía! Bueno, puede que tuviera un pequeño incidente sin importancia en el que quizás rompiera un par de máquinas, pero no fue por eso, cielo, te lo juro, y los médicos del hospital me han dicho que ya estoy curado. De hecho, solo te lo cuento porque yo contigo no tengo secretos.

El hecho es que nos han echado a todos los obreros porque han cerrado la fábrica, y los empresarios parecen pensar que pueden hacer con nosotros lo que quieran, como si no tuviéramos familias que mantener o deudas que pagar. Pero no te preocupes, querida, porque no vamos a ponérselo tan fácil. El sindicato obrero organizó una manifestación el otro día, y aunque gracias a la policía la cosa no acabó demasiado bien –a mí me detuvieron, pero, de nuevo, no te preocupes, me soltaron en seguida-, en otras fábricas ya están planeando una huelga. Está prohibida, pero con lo obsesionados que están los burgueses con la producción y el aumento de la productividad, estoy convencido que surtirá efecto y dentro de poco conseguiré un nuevo trabajo con un mejor salario sin necesidad de trabajar tantas horas al día. Seguro que pronto podrás unirte al éxodo rural y volveremos a estar juntos, Mags. Nuestros días como jornaleros del campo habrán terminado definitivamente.





En cuanto a la ciudad, te va a encantar. Hay muchísima gente, más de la que podrías imaginar junta, edificios por todas partes y una enorme cantidad de automóviles. Gracias a la electricidad, por la noche puedes caminar por las calles con absoluta tranquilidad, casi parece de día. No es tan bonita como nuestro pueblo, la gente no es tan cercana y no se saluda por las calles ni se conoce entre sí, pero es el progreso, Mags, y tenemos que adaptarnos. Nuestro piso no es gran cosa, pero será suficiente para nosotros y unos cuantos niños. Como antes trabajaba todo el día, no conocía a los vecinos más que de vista, pero en estos últimos días he tenido oportunidad de estrechar mi relación con ellos. En el piso de arriba viven, puerta con puerta, un anarquista y un socialista. Los dos son jóvenes, están solteros, y se pasan el día discutiendo: en el pasillo, en las escaleras, en el portal… Creo que a veces llaman a la puerta el uno del otro para continuar las discusiones, porque no es posible que se encuentren tan a menudo por pura casualidad. Se gritan, se dicen de todo y se van airadamente o regresan a su casa dando un portazo. La semana pasada, gracias a la disolución de la Primera Internacional –es triste que cuando por fin se intentan defender nuestros derechos a nivel internacional todo termine en un fracaso por problemas internos. Espero que no sea el fin de las Internacionales Obreras-, fue especialmente prolija en insultos y reproches. Solo he hablado con ellos una vez, el otro día, y ambos me invitaron a asistir a una de sus reuniones. Pero empezaron a discutir acerca de a cuál debería ir y, al final, ninguno me dio las señas, lo cual es una pena, porque estaba realmente interesado. En el piso de abajo vive un matrimonio con sus hijos. El hombre es un miembro muy importante del sindicato, y me mantiene informado de las novedades de huelgas y manifestaciones, y su mujer te caería muy bien. Creo que su hija mayor se está viendo en secreto con uno de los vecinos de arriba o, por lo menos, siempre los oigo cuchichear en el rellano por las noches –las paredes parecen de papel-, pero no sé con cuál, es difícil distinguir sus voces cuando hablan a un volumen normal. Y luego está la casera, una anciana que se pasa el día criticando a los ingleses. Se lo toma muy en serio, hasta el punto de que, al leer en el periódico que vamos por delante de Inglaterra en el uso de nuevas formas de energía al abandonar el carbón por el petróleo, se puso tan feliz que casi se le olvidó cobrarnos el alquiler del mes. También hay un hombre muy extraño que vive en la puerta de al lado, pero casi nunca está en casa, no habla con nadie y tiene un aspecto muy sospechoso. No sé cómo se supone que es esa gente que se dedica al espionaje industrial (¿has oído hablar de él?), pero yo apostaría a que tiene ese aspecto. Pese a todo lo anterior, o quizás gracias a ello, creo que te sentirás muy a gusto aquí.

Pero te lo advierto, Mags, esto de la industria es muy complicado. Los trabajadores tenemos a los capataces siempre encima, no podemos ni estornudar sin que nos griten por estar perdiendo el tiempo. Porque todo tiene que realizarse en un plazo de tiempo determinado y ni un segundo más tarde. Taylorismo, creo que lo llaman, un nombre muy bonito y que no hace justicia a lo que nombra. Aunque es más gracioso lo del capitalismo, que bien podría ser esclavitud. Sé que pensarás que exagero, y puede que lo haga, pero no tanto como crees. En teoría ahora somos todos iguales y tenemos los mismos derechos, pero no es cierto, Mags, no puede haber igualdad cuando una persona tiene que estar trabajando trece horas al día y sólo gana lo suficiente para un trozo de pan y otro, haciendo mucho menos, posee más. Y, para colmo, gracias al maquinismo, en cuanto encuentran una máquina que hace tu trabajo, te echan sin miramiento alguno. Está ocurriendo igual que en el campo cuando empezó la revolución agrícola: primero fue la rotación de cultivos, luego hubo avances en la maquinaria, y cuando parecía que todo iba de maravilla, los trabajadores empezamos a sobrar y solo pudimos venir a la ciudad o morirnos de hambre. Pero resulta que aquí pronto encontrarán nuevas máquinas que hagan todo el trabajo, nosotros no haremos falta y, entonces, ¿a dónde iremos?

A veces te echo tanto de menos… No, siempre te echo muchísimo de menos. Seguro que, de estar aquí, sabrías cómo hacerme ver por qué la situación no es tan grave, o me animarías aunque sí lo fuera. Seguro  que  te preocuparías y te enfadarías al oírme hablar de huelgas o de enfrentamientos con la policía, pero luego serías la primera que se sumaría para intentar defender nuestros derechos. Esa es una de las cosas que más me gustan de ti, cielo, que tú nunca te rindes.

No puedo prometerte cuándo tendré el dinero para pagar tu traslado a la ciudad, pero sí te juro que haré todo lo que esté en mi mano para conseguirlo y que me estoy recorriendo la ciudad entera para intentar encontrar trabajo. Ten paciencia, Mags.

Un beso,

Charlot